Todo comenzó con dos amigos y una idea, como casi todas las historias que merece la pena contar. Joaquín Urrutia y Alex Mlelwa estaban destinados a encontrarse. El primero, párroco de la iglesia Begoñazpi y hombre de comunidad; el segundo, sacerdote tanzano de visita en nuestra tierra. Una cena propició que la conversación tornara en proyecto, y sin siquiera hablar el mismo idioma, intercambiaron impresiones sobre la dura realidad que imperaba en la zona de la que Alex venía. Joaquín decidió, así, que debía visitar África. De esta forma sus caminos se entrelazaron aquel octubre de 2007, uniendo dos mundos diferentes por un objetivo común. Desde ese preciso instante se empezaría a tejer una red de solidaridad conectando Bilbao y Makete, y vería luz un proyecto que, 13 años después, sigue más vivo que nunca: “Makete Lagunak”.
La primera vez que Joaquín se embarcó hacia lo desconocido y visitó Tanzania pudo darse de bruces con la realidad. Descubrió, allí, un lugar golpeado por la desigualdad y la pobreza. Las condiciones en las que vivía la gente de aquel lugar le estremecieron, y las miradas de aquellos niños y niñas le encogieron el corazón. Desde ese momento tomó la firme decisión de que había que intentar mejorar la vida de aquella gente y se lo marcó como objetivo personal de vida. “Yo solo no puedo, pero buscaré la manera y las personas para hacerlo. Aquí falta de todo”, declaró el párroco de Santutxu al sentir en primera persona la realidad de la zona. Un pedazo de Joaquín se quedó, a partir de aquí, en Makete.
Todo echó a andar, y lo que empezó como un pequeño y humilde gesto se convirtió en una ola de solidaridad. El primer empujón económico, gracias a colaboradores anónimos, ayudó a construir un sistema de transporte de agua en Makete. Así lo valoraron entre todos y todas, ya que en aquel momento era la necesidad más básica que se demandaba en la zona: el agua es vida. El siguiente paso fue la creación de la guardería del poblado, un sitio que aportase garantía educativa a los niños y niñas de la región y que cimentase un futuro sólido en ellos y ellas. La vida y el futuro fueron, por lo tanto, los dos pilares sobre los que pivotó la idea en sus inicios.
Conforme el proyecto avanzaba, siempre con el capitán Joaquín Urrutia a la cabeza, se iba uniendo gente nueva a la causa, Unidad Pastoral, Misiones Diocesanas… y las condiciones de vida de aquel poblado tanzano iban mejorando con cada pequeño gesto. Joaquín, que visitaba la zona cada dos años, había creado un vínculo irrompible con la gente que allí habitaba y con todo lo que se estaba tejiendo en comunidad. Era uno más. Pero en diciembre de 2014 Joaquín nos dejó, y el barco se quedó sin su capitán al mando. Fue un golpe durísimo tanto para el proyecto como para todas las personas que habían tripulado el barco junto a él. Pero tal y como dijo Robespierre “la muerte es el comienzo de la inmortalidad”, y así sucedió. Las personas que le habían acompañado en la primera fase de la idea cogieron las riendas del proyecto y decidieron crear la asociación “Makete Lagunak”; dándole forma, nombre e identidad a lo que Joaquín empezó a construir.
La asociación, creada con el objetivo de solidificar el proyecto, continuó con el legado de Joaquín Urrutia y mantuvo la filosofía que él estableció para “Makete Lagunak”. De esta forma, se quiso dar un salto cualitativo en el aspecto educativo y, además de otro tipo de ayudas, se empezó a becar a ciertos niños y niñas en aras de poder garantizar económicamente sus estudios. Modesta, Asheri o Carol son algunas de las protagonistas de esta iniciativa.
A su vez, conforme han pasado los años y la idea ha ido madurando y evolucionando, muchos protagonistas han aportado su granito de arena al proyecto desde la primera línea de esta trinchera solidaria. No solo eso, sino que la red es cada vez más grande gracias a la sensibilización y al trabajo diario de muchos grupos de personas, Misiones Diocesanas, Caritas, grupos de las distintas parroquias de Santutxu, colegios… que componen este proyecto de cooperación que se ha tornado en una gran familia.
De esta manera, aquella semilla que Alex y Joaquín plantaron germinó, siendo hoy un árbol maduro y que aporta el fruto de la solidaridad a la gente que más lo necesita. Así, la conexión vasco-tanzana sigue más viva que nunca y la idea de aquellos dos amigos no solo se convirtió en realidad, sino que la superó.